Directorio 13 de marzo

sábado, 25 de abril de 2009

Talía Laucirica Gallardo recuerda el entierro de José Antonio Echeverría


Estuvo entre los pocos que asistieron al entierro de José Antonio Echeverría. Instantes de dolor que ha guardado en el recuerdo hasta hoy. Talía Laucirica

Gallardo vive con el honor de haber sido amiga y compañera de estudios del líder revolucionario
«Eran aproximadamente las siete de la noche cuando el cortejo fúnebre, que llevaba los restos de José Antonio, atravesó la ciudad de Matanzas. Pasó en silencio, la población no sabía que él sería trasladado desde La Habana hasta el panteón de su familia en Cárdenas».
Así recuerda aquellos momentos Talía Laucirica Gallardo, amiga y compañera de estudios, en la Universidad de La Habana, de José Antonio Echeverría, quien fuera presidente de la FEU y dirigiera las acciones del asalto a Palacio Presidencial y la toma de Radio Reloj, el 13 de marzo de 1957, con el objetivo de derrotar la dictadura de Fulgencio Batista.
«A mi mamá y a mí nos recogió un amigo que venía como parte del cortejo, discretamente, en la Vía Blanca. En el carro estaban también su novia y la madre de ella. Eran unos seis carros en total, los cuales fueron registrados previamente por las autoridades.
«Al llegar al cementerio serían más o menos las ocho de la noche, y ya había oscurecido. Nos hicieron bajar de los autos y solo siguieron hasta el panteón el carro fúnebre y el de los padres de José Antonio. Nosotros continuamos a pie, con las dificultades de la penumbra. Entre las tumbas había apostados soldados con armas.
«Para poder colocar el ataúd en el panteón hubo que auxiliarse de faroles de luz brillante. Éramos unas 20 personas entre familiares y amigos, también iban Roberto Chomat, entonces decano de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de La Habana, y el profesor Aquiles Capablanca.
«Fue el entierro de un héroe y sin embargo había sido tan pequeño, sin un solo homenaje. Al día siguiente, bien temprano en la mañana, hablé con unos amigos en una florería de Matanzas para que me hicieran una ofrenda floral. Sobre el mediodía, mi padre me llevó en el carro hasta la tumba, allí dejé las flores. Esa fue mi despedida de José Antonio».
Para Talía, recordar aquellos momentos se hace muy difícil, tanto que, hasta hoy, 52 años después, había rehusado cualquier entrevista o escribir el relato, para que quede constancia de los hechos como parte del tesoro que guarda la Cátedra José Antonio Echeverría, de la Universidad de La Habana.
Es inevitable que sus ojos se llenen de lágrimas cuando recuerda sus encuentros con José Antonio en el Náutico de Varadero, adonde acudían con sus familias asiduamente por ser matanceros.
«Había una amistad entre las familias. Mi mamá fue fundadora de La escuela del hogar, en Matanzas, y la hermana de José Antonio, Lucy, fue su alumna.
«Él me habló con tanta pasión de la arquitectura que despertó en mí una inclinación por esa carrera. Así que cuando terminé el bachillerato vine a vivir a casa de una tía aquí en el Vedado y matriculé en la Universidad de La Habana. Yo tenía entonces 16 años y José Antonio ya estaba en cuarto año».
—¿Cómo recuerda usted el carácter de José Antonio, sus gustos, su manera de ser...?
—José Antonio era una persona muy especial. Por una parte era muy serio, muy cumplidor, estaba muy claro de los pasos que daba, de su deber para con la patria, y al mismo tiempo era muy cariñoso, agradable; le gustaba disfrutar de la vida, no era ningún renegado de las cosas que les gustan a los jóvenes.
«Bailaba y lo hacía muy bien. Le gustaba la música y tenía una novia, María Esperanza, que era una joven muy bonita y también estudiaba en la universidad. Ella residía en una casa de huéspedes en 17 y L, en el Vedado, porque era del oriente del país.
«No era difícil ver a José Antonio compartiendo una cervecita en el bar del Hotel Colina con sus compañeros de estudios, o en una fiestecita que hacíamos en la casa de alguien.
«Y cuando había dinero nos íbamos un grupo al restaurante Centro Vasco —él y yo descendíamos de esa región de España— y por tradición familiar pues teníamos un gusto especial por esos platos y también por el vino. Pero déjame aclararte que él no tenía ninguna adicción, solo tomaba socialmente, y no fumaba.
«Mi relación con él era muy buena, de una profunda amistad. Siforiano, su hermano, vivía en La Habana. Ya era ingeniero graduado y tenía un carro. José Antonio me decía: “oye, esta semana tenemos viaje con Sifo”, porque el hermano lo llevaba a pasar el fin de semana a la casa de sus padres en Cárdenas, y de paso “me daba botella” a mí. Luego me traían de regreso a La Habana. Era muy atento».
—Usted lo recuerda en la universidad, como estudiante...
—Sí, como no. Era muy inteligente, y como te dije antes, un apasionado de la arquitectura. Pero debía dividir su tiempo con las responsabilidades que tenía como Presidente de la FEU.
«Él ya estaba en un grado avanzado y esa carrera lleva mucho taller. Había un grupo de estudiantes que trabajaban con él. José Antonio daba los criterios arquitectónicos, de desarrollo, la idea de lo que quería expresar y luego ellos lo ayudaban en el tema del dibujo, que es lo que se hacía en el taller y lo que lleva más horas de trabajo».
—Usted participó en las manifestaciones estudiantiles.
—Yo siempre estaba allí, y bajé varias veces —así le decíamos porque bajábamos la Escalinata desde la Colina Universitaria— pero José Antonio siempre me decía que no saliera. Trataba de protegerme, porque yo era muy jovencita, mujer y había un compromiso familiar, pero yo no hacía mucho caso.
«Recuerdo una vez que me lo encontré llegando a San Lázaro y me dijo: qué tu haces aquí, dime tú, otro problema más.
Yo incluso formé parte de la Asociación de Estudiantes de la Escuela de Arquitectura, y ocupé la Secretaría de Asistencia Social. Eso quizá parezca raro, pero mi labor era recoger dinero entre los estudiantes e ir a visitar a nuestros presos, para ayudarlos.
«Pero yo recuerdo a José Antonio en las luchas estudiantiles desde mucho antes, allá en Matanzas. Por ejemplo, un 8 de mayo al mediodía, se hizo una peregrinación al Morrillo, en homenaje a Antonio Guiteras. Eso fue al mediodía y por la noche había un acto en el Instituto de Segunda Enseñanza.
«Allí irrumpió la soldadesca e hirieron a José Antonio en la cabeza, también a Venegas. Yo estaba allí, con Julio García Olivera.
«También recuerdo una vez que estábamos en un acto en el Instituto del Vedado de aquí, de La Habana, en el Parque Mariana Grajales, y también se formó una trifulca e hirieron a Fructuoso Rodríguez, a José Antonio y a su hermano Alfredito.
«No era difícil verlo con la cabeza vendada en la Universidad, porque la policía acostumbraba a asestar golpes con el palo por la cabeza de los estudiantes».
—¿Cómo se enteró usted del Asalto a Palacio?
—Habíamos tenido una asamblea en la Escuela de Derecho, y la orientación fue que la universidad permaneciera cerrada, porque había una tendencia en aquellos tiempos a comenzar las clases a finales de enero o febrero.
«Yo estaba en Matanzas cuando ocurren los hechos. Casualmente teníamos puesto Radio Reloj y escuché a José Antonio, y cuando se fue del aire nos cayó una desesperación a todos, a mi mamá, a mí. Y luego las noticias, yo quería venir para La Habana, pero era muy difícil, todo estaba muy complicado.
«El cuerpo de José Antonio estuvo tirado en el lugar donde cayó hasta casi las ocho de la noche. La calle estaba cerrada y rodeada por la policía batistiana. Algunos compañeros, desde el portal del Hotel Colina, estaban mirando la situación, para tratar de rescatar el cuerpo, además no se sabía si estaba aún con vida. Pero aquello fue imposible.
«El cadáver lo entregaron a la familia al día siguiente, y se tendió en la funeraria de Zapata y 2, en el Vedado. Yo me comuniqué telefónicamente con el padre de José Antonio para decirle que venía para La Habana, pues quería estar junto a los familiares y amigos, pero él me dijo que no lo hiciera, que el entierro sería en Cárdenas y podíamos cruzarnos en el camino. Eran más o menos las 12 del día y todavía no tenían autorización para el traslado.
«Sobre las tres de la tarde recibimos en mi casa en Matanzas la llamada de Sergio Martínez, un compañero que estudiaba arquitectura y muy amigo de José Antonio, me dijo que me recogería en Matanzas, sin llamar mucho la atención, y así lo hizo».
—¿Y sus padres no se preocupaban por que usted participara en la lucha?
—Mi mamá no se oponía, a mi papá le gustaba un poco menos, pero yo era dueña de mis actos y decisiones. De hecho mis padres también participaron en la lucha. Luego de estas acciones mi casa se convirtió en lugar de estancia para revolucionarios que actuaban en la provincia. Es verdad que no tenía condiciones de seguridad ninguna, pero era necesario y así fue.
—¿Usted terminó la carrera de arquitectura?
—No, qué va. La universidad se cerró cuando yo iba a empezar tercer año, y todo ese tiempo, luego de la muerte de José Antonio y amparada por los acuerdos de la Carta de México que disponía la unión de las fuerzas revolucionarias, trabajé junto a los compañeros del Movimiento 26 de Julio.
«Después del triunfo de la Revolución laboré en el Ministerio de Relaciones Exteriores, luego en Educación y más tarde en Transporte. Estudié Derecho, por aquello de que no dijeran que no me había graduado en la Universidad, y los conocimientos de ambas carreras me sirvieron de mucho en mi trabajo».
—Supongo que todas estas cosas afectaron su carácter.
—Hay cosas que indiscutiblemente te marcan para toda la vida. Todavía José Antonio murió combatiendo, pero lo ocurrido en Humboldt 7 fue una masacre.
«Cuando veo los muchachos de hoy, recuerdo esa etapa, uno no la tuvo. Ellos no tienen preocupación ninguna, cumplir con sus estudios y hacer el servicio militar, pero no como nosotros. Somos una generación marcada».

miércoles, 22 de abril de 2009

Testimonio de Juan José Alfonso Zúñiga

Sobre la retirada hay algo muy interesante, yo leí en los periódicos, lo que pasa es que me he exprimido los sesos tratando de recordar que periódico, pero cuando aquello se editaban aquí en La Habana varios periódicos, yo leí en los periódicos que la tiranía decía que el ataque a Palacio, y esa fue la propaganda que hicieron, había sido un hecho gangsteril, que eran gangster y algunos estudiantes incautos y politiqueros los que habían atacado a Palacio. Para confirmar esa mentira; parece que alguien vio la forma en que yo me retiré del Palacio, que recogí a Olmedo que lo metí en la máquina, que me bajé, que cogí la otra máquina, relataban que eso lo había hecho; incluso decían que vistiendo camisa de color chocolate de manga corta, el gangster: Jesús González Carta, alias "El Extraño". Este era un gangster notorio durante la época de Grau y de Prío, individuo que ni siquiera estaba en Cuba en aquellos momentos y relataban todo lo que yo hice en mi retirada de Palacio. Lo pintaban como todo un héroe, decían: . Eso era parte del embuste para corroborar la mentira del gobierno acerca de quienes eran los asaltantes al Palacio. Esa camisita yo la doné al museo de la casa natal de José Antonio Echevarría, allá en Cárdenas y ellos en sus mentiras hacían mucho hincapié de que el gangster vestía esa camisita

Testimonio de Faure Chomón

Cuando recibimos noticias de la Sierra (Sierra Maestra)*, tomamos conciencia de que debemos actuar de inmediato y en gran escala. Pero en ese momento estamos revisando todos los hombres que deben participar en nuestra operación originaria de guerra total. Sobre todo, estamos investigando las nuevas incorporaciones pendientes de aprobar. José Antonio habla: . Entonces se acordó celebrar una reunión de jefes para citar a algunos recién incorporados, y plantearles los siguientes principios de nuestra organización: 1. Todo jefe debe ir al frente de sus hombres en cada operación que se le encomiende; 2. No aceptamos en la Organización a nadie que mantenga compromisos con Carlos Prío; 3.Queda prohibido todo contacto con conspiraciones militares; 4. No aceptar en la Organización a quien no venga avalado por una innegable práctica revolucionaria. Y se les hace saber que quien viole estas normas será separado inmediatamente en su participación de la operación y enjuiciado política y militarmente…. Nuestro afán de asimilar todas las fuerzas dispuestas a luchar contra la tiranía había permitido la aproximación inicial de esos elementos al DR. Sí bien la masa de combatientes de lo que sería la operación de apoyo estaba compuesta por gente sencilla del pueblo que no fallaría, en la medida que avanzaba nuestro sistema de comprobación detectábamos que el prestigio, firmeza, o simplemente la aptitud de los que aún quedaban para su jefatura, era sumamente deficientes, lo que ponía en peligro la ejecución de la operación de apoyo. Nos reunimos. Acordamos sustituir esa jefatura del grupo de apoyo. Designar a Wangüemert, quien seleccionaría sus oficiales. La dirección de la Organización trasmite sus decisiones a la Comisión Militar. Carlos Gutiérrez Menoyo está de acuerdo, pero alerta que ya en ese momento las sustituciones en la jefatura del grupo desencadenaría peligrosas indiscreciones entre los sustituidos. Propone dejar las cosas como están. Confía en que aunque sea una parte mínima del dispositivo funcionará…. .En una reunión final se concluye: Está asegurado el comando de ataque al Palacio, la operación de Radio Reloj y de la Universidad. No deben detenerse los planes para la operación. Es urgente desencadenar la insurrección armada en la Capital. Debemos correr todos los riesgos. Concluimos, además, en dejar como reserva a un numeroso grupo de magníficos compañeros de la organización. De inicio no los movilizaríamos, para evitar aglomeraciones en los alrededores de la Universidad que los pondrían en peligro y a los propios planes, ya que no contábamos con locales para acuartelarlos. Al tomarse la Universidad serían movilizados y quedarían a disposición directa de José Antonio; y si fallaba el plan insurreccional ellos podrían tomar nuestra bandera de combate para continuar la lucha. Horas antes de iniciarse la ejecución del plan me reúno con José Antonio. Le comunico la sugerencia de la Comisión Militar. Él la aprueba. Pero de inmediato toma una decisión que enseguida me comunica: Después que hable al pueblo por Radio Reloj y deje a un grupo de compañeros encargados de la Universidad, se trasladará a Palacio para ponerse al frente de la segunda operación. No tenía que buscar mi conformidad. La Comisión Militar creada para el 13 de Marzo, podía darle sugerencias, pero las órdenes las daba él. ¿Cómo discutir su decisión de ponerse al frente de la operación de apoyo en el ataque a Palacio? Me miró como interrogándome. Pero no era necesario. Él era el jefe. No recibía órdenes – aunque escuchaba cualquier sugerencia --: las daba. Nos abrazamos en silencio. No volví a verlo más. Al retirarnos de Palacio, poco después, y llegar a la Universidad, preguntamos por José Antonio. Había una gran confusión. ¿Herido? ¿Muerto? Planteé a quienes me informaron, ir a rescatarlo. Di la orden para que saliéramos a buscarlo. Se me aseguró entonces que estaba herido en una casa de los alrededores

Testimonio de Ángel Eros Sánchez

Nos empiezan a gritar que nos tenemos que retirar. Nos habíamos quedado solos y estaban matando a mucha gente. Cada uno empieza a salir de allí como puede. El problema era salir, salir afuera por la ametralladora instalada en la azotea, que fustigaba constantemente. Goicochea sale por detrás, se mete en una fuente que hay allí. A Menelao lo matan, hay distintas versiones. Yo salgo y me tiro debajo de la guagua, porque de la azotea estaban tirando fuerte. Ahí se me fue la pistola de la mano pero la recuperé. Salí entonces debajo de la guagua. Salí hacia un café o un bar que estaba como cerrado. Paré un taxi y encañoné al chofer. Le dije: Dale, dale rápido, el tipo le dio. La balacera era bestial. Una cosa increíble. A una cuadra más adelante, un policía detiene con la pistola en la mano el carro. Yo le digo al chofer que no pare, pero él para. El policía se va a meter dentro del carro, pero cuando me ve, le pregunta: ¿Está alquilado? Y el chofer le dice: Sí, sí. El policía blanco como la pared, se fue.

Testimonio de Manuel Gómez Santorio (El Americano)

Manolito me hace señas de que lo siga, voy detrás de él y de otro compañero que no me acuerdo el nombre. Salimos entre la guagua y el camión. Ellos cogieron para la derecha y yo para la izquierda, como cogiendo para Prado. Yo estoy detrás de la guagua. Sigo haciendo disparos para los pisos superiores y Manolito me dice que no dispare más porque voy a descubrir la posición. En eso arranca el ómnibus, atravesado entre la máquina y el camión, y prácticamente me van a dejar al descubierto, por lo que me agarro de los barrotes de la ventanilla. El ómnibus va hacia Prado por Colón. Miro y veo que viene avanzando por la misma dirección un grupo de soldados y un camión del que se tiran otros guardias. Inmediatamente pienso que no puedo seguir allí, porque voy hacia ellos y me van a tirar. Del ómnibus me desprendo y me dejo caer cerca del conten de la calle donde a poca distancia está el hotel Park View. Me parapeto detrás de una columna del portal para evitar los disparos provenientes del Palacio y también salgo de la línea de fuego de los que avanzaban por el portal de la calle Colón. Noto que tengo la camisa abierta. Parece que pierdo los botones al tirarme de barriga. Tengo la camisa y los zapatos manchados de sangre. Me quito ambas prendas y las dejo allí mismo. Veo una cerquita entre los dos edificios. Brinco y me dejo caer, y caigo en un patiecito interior del hotel.

Testimonio de Juan Gualberto Valdés Huergo, Berto

Bajamos las escaleras y me encuentro a Medinita sentado en uno de los escalones de abajo. Tenía un balazo en el pecho, pero un balazo que parecía producido por una ametralladora calibre 30, porque por la espalda se veía un boquete grande. Lo está atendiendo Pedro Ortiz y yo lo ayudo. Él nos dice: < Déjenme, váyanse, que aquí no se puede recoger a nadie: Esa es la orden que hay>. Estaba casi moribundo, muy mal herido. Recojo una pistola de un policía que está muerto. Había afuera un compañero que se llama Evelio Prieto, que dirigía a la gente que iba saliendo. Nos decía: No se tiren ahora. Esperen a que pase la ráfaga. Después de la ráfaga aprovechábamos y arrastrándonos salimos del último piso. Y así salimos con vida. Allí también vi a Machadito gritando por Juan Pedro, desesperado. Yo tuve la suerte de tirarme en el suelo y salir vivo, porque otros cayeron. Cogí para el parque de enfrente con mi Thompson. Lo que nos tiraban era mucho, porque ellos se habían hecho fuertes en la azotea. Nos pusimos detrás de unos carros y lo que caía encima del techo de esos autos era una granizada de plomo. Nosotros ripostamos, ripostamos corriendo. Yo salí con Machadito, Evelio Prieto y un compañero que se quedó en otro lugar. No nos parapetamos, todo eso lo hicimos corriendo, corriendo tirábamos y así cruzamos el parque. Machadito va con un tiro en una pierna y Evelio con uno en la cara que no le permitía hablar

Testimonio de Antonio Castell Valdés (Tony)

Estábamos dentro de un fuego cruzado. Me acordé entonces de Bellas Artes, que formaba parte de la segunda operación. Crucé el parque Zayas, que era muy descampado, no había una matica donde guarecerse. Las balas caían como lluvia alrededor de uno. Disparaban desde la azotea de Palacio. Me dirigí hacia Bellas Artes tratando de ganar distancia. Y me meto debajo de los carros que están parqueados, voy arrastrándome hasta la calle Zulueta. Allí me dirijo a la puerta del costado de Bellas Artes, pero la encuentro cerrada. Me doy cuenta que la operación de apoyo no funciona

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