miércoles, 22 de abril de 2009

Testimonio de Luís Goicochea

De los cuatro que habíamos llegado en el carro de la avanzada ahora estábamos tres solamente. Y además Luisito Wangüemert (Luis Gómez Wangüemert)*, bravo como un león. Al final del llegamos a la puerta de la antesala del despacho del aborrecido dictador Batista. Escuchábamos voces excitadas adentro. Gutiérrez gritó: . La respuesta fue un tiro de pistola que hizo saltar en añicos los cristales de la puerta. Carlos preparó una granada y la lanzó por el hueco de los cristales rotos. No estalló. Probó con otra y ocurrió lo mismo. Las granadas estaban defectuosas. La tercera igual. A la cuarta se sintió la explosión. Instantáneamente franqueamos la puerta de entrada disparando nuestras armas. En el suelo había dos hombres muertos. El despacho estaba vacío. Tratamos de hallar un pasadizo secreto que, según nos habían informado, unía al despacho de Batista con sus habitaciones del tercer piso. Imposible lograrlo. El tiempo se nos iba de las manos. ¿Cuantas horas habían pasado desde que Carlos Gutiérrez disparó los primeros tiros? ¿Cuántos minutos? Habíamos perdido la noción del tiempo. Éramos una máquina de pelea funcionando a todo tren". El otro grupo, integrado por asaltantes que desembarcaron del camión y que ya habían logrado llegar hasta el segundo piso después de los fieros combates en la planta baja, era más numeroso, al mando del cual marchaba Menelao Mora Morales que como un felino se movía a la misma velocidad de los más jóvenes, a pesar de sentirse con falta de aire por los agobiantes momentos vividos durante la transportación desde el cuartel general hasta el Palacio, encerrados en aquel furgón. Menelao era asmático. Lo acompañaban Carbó, Machadito, José Briñas, Adolfo Delgado, Pedro Esperón, Ubaldo Díaz, Abelardo Rodríguez y otros. Continuaba la incesante búsqueda del Tirano. Las balas rebotaban en las paredes y los pisos y los cristales caían al suelo hecho añicos. Abelardo y Ubaldo aparecían y desaparecían incesantemente de un local a otro, pero no lograban encontrarlo. El enemigo retrocedía ante el empuje, pero no estaba derrotado, se recuperaba de aquel audaz ataque de los revolucionarios. Esperón y Adolfo Delgado fueron los primeros del Grupo en caer mortalmente heridos destrozados por las balas enemigas. A Machadito una bala le atravesó un muslo de lado a lado provocándole una fuerte pérdida de sangre, pero él continuó en la pelea. La lucha se transforma en desesperada. Menelao, con un fuerte ataque de asma y herido mortalmente desfallecía sentado en el suelo. Briñas caía de un balazo en el pecho en los brazos de Carbó, quien lo llevó hasta al lado de Menelao, y él lo atendió, a pesar de su estado, pero Briñas moría inmediatamente. Carlos impaciente tomó escaleras arriba y se asomó cautelosamente al tercer piso mientras exhortaba nuevamente a los combatientes: . Machadito que había hecho un recuento de la situación y se daba cuenta de las fuertes bajas sufridas le dijo: . Carlos comprendió y acompañado de Pepe Castellanos se dirigieron por el pasillo rumbo a la otra escalera, la que unía la planta baja, o primer piso, con el segundo piso, para desde allí llamar a los compañeros que permanecían en la planta baja, Carbó se percató del error y les gritó para que se detuvieran, pues allí mismo habían matado a Briñas hacia breves momentos, pero fue tarde, los soldados parapetados en el tercer piso los acribillaron por el hueco de la escalera, Carlos y Pepe se desplomaron ya sin vida. El Héroe de Normandía y del Palacio Presidencial caía mortalmente herido en los brazos de Carbó, quien con un profundo dolor reflejado en su rostro lo veía morir en un instante, mientras las últimas palabras del héroe eran frases de indignación.

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