miércoles, 22 de abril de 2009

Testimonio de Juan José Alfonso Zúñiga

El camión tenía que quedar junto a la acera detrás del carro de Carlos Gutiérrez Menoyo, pero lo interfiere una ruta 14 de las que pasaban por allí, se le mete por la derecha, y el camión queda prácticamente en el medio de la calle a unos 40 o 50 metros, quizás hasta menos, del lugar donde pernoctaban los escoltas del General Batista dentro del parqueo. Hombres escogidos, excelentes tirados y fieles a El General. Los escoltas reaccionaron de inmediato cuando sintieron las ráfagas de Carlos Gutiérrez y le empiezan a tirar a la guagua y al camión y resultan varios compañeros heridos dentro del camión y al bajarse del mismo, entre ellos precisamente Juan Pedro Carbó que era uno de los cuatro que tenían que neutralizar a los escoltas del parqueo. A él le tumbaron los espejuelos, le tumbaron la ametralladora de la mano y las ráfagas de ametralladoras le dejaron rozaduras en el rostro. Ya ese fue un contratiempo, fue una cuestión imprevista pero además creó confusión, porque al bajarnos del camión, en lugar de ver la entrada de Palacio por donde teníamos que entrar encontrábamos la guagua y entonces hubo varios de los asaltantes, seis o siete compañeros, que se apostaron detrás de la guagua y empezaron a tirar pa'arriba, intercambiando disparos con la gente de la azotea, cuando en realidad ellos no tenían que detenerse en aquel lugar porque eran blancos fáciles de los tirados de la azotea. El tiempo que yo demoré en bajarme, yo no era de los primeros en bajarse, me parecieron horas aunque deben haber sido minutos. Los primeros en bajarse eran los que se encargarían de neutralizar los escoltas del parqueo, después los que tenían que subir hacia los pisos superiores y como yo iba para la planta baja, era uno de los últimos que le tocaba bajarse del camión. Cuando me voy a bajar, el camión tenía una sola puerta de salida en la parte de atrás, ya había un compañero herido que estaba sentado en la cama del camión, yo le decía: . Miré y el hombre echaba sangre a borbotones por el pecho, parece que tenía un tiro que le había afectado una arteria, no me quedó más remedio que saltar por arriba de aquel hombre para la calle. Yo no esperé el orden y me bajé del camión y miro para el grupo aquel donde ya habían muertos y heridos, pero observo que se puede entrar a Palacio y les digo vamos a entrar que aquí nos estamos exponiendo al fuego de arriba, y salgo corriendo a cumplir mi misión que era neutralizar el buró de prensa que era una ventana que daba para la calle Colón a la derecha de la puerta de entrada. Los compañeros que estaban detrás de la guagua corrieron y entraron a Palacio. Carlos y sus compañeros ya habían subido para el segundo piso. Después que yo cumplo mi misión que le disparo una ráfaga completa de balas por la ventana al buró de prensa, me uno al grupo mío. Los asaltantes de la planta baja estábamos divididos en dos grupos: una parte tenía que tomar a la izquierda y el otro a la derecha, porque dentro de Palacio hay como un patiecito. El grupo de la izquierda tenía entre sus misiones específicas volar la planta eléctrica, que no lo hicieron, para que los batistianos tuvieran que moverse por las escaleras y no utilizar los ascensores. Este grupo tenía que converger con el otro grupo, al que yo pertenecía, en la puerta del fondo. La puerta del fondo era lo que es hoy la entrada del Museo que da para la Avenida de las Misiones, que en aquella época la tenían clausurada, sólo la abrían en casos muy excepcionales. Cuando ambos grupos convergiéramos en la parte de atrás, la planta baja estaría en nuestro poder.
Esa era la misión fundamental del grupo de la planta baja. Yo iba en el grupo del ala derecha, era el segundo al mando en ese grupo, el jefe era el compañero Orlando Manrique que no llegó a entrar a Palacio, porque al bajarse del camión lo hirieron en una mano, le tumbaron el arma, no entró a Palacio y tuve que asumir el mando. ¿Que pasó? Después que yo cumplí la misión primera de ametrallar el buró de prensa, comenzamos a intercambiar disparos con los defensores del Palacio. Ya había transcurrido algún tiempo y los soldados de la guarnición dentro del Palacio Presidencial habían reaccionado y situado una ametralladora calibre 30 bípode, en una puerta que da para el patiecito aquel. Esa ametralladora, que la servían dos soldados desde la posición de tendido, desde el suelo, batía para la puerta de entrada. Otro compañero y yo tuvimos que parapetarnos, se llamaba Adolfo (Adolfo Delgado Rodríguez)*, yo le decía Adolfito, nos tuvimos que refugiar detrás de la pared esa que está cuando uno entra que sube la escalera hacia el segundo piso, porque la ametralladora aquella dominaba por completo la puerta y en esos momentos si que no podía entrar nadie a Palacio, porque tenían el dominio completo y eran unas ráfagas seguidas, la ametralladora estaba dotada de una cinta de 250 balas y era un fuego rasante que el que intentara entrar en los momentos aquellos a Palacio la ametralladora lo cortaba en dos. Adolfito y yo decidimos lanzarle una granada a aquella ametralladora, pero había que esperar que acabara de tirar porque si nos asomábamos nos picaba en dos, esperamos que la ametralladora hiciera una pausa por alguna interrupción, bien por alguna bala mala, bien porque la cinta se hubiese acabado y cuando dejó de tirar Adolfo, que ya tenía la granada en la mano sin el seguro, trató de asomarse a la puerta y no se de que forma torpemente choqué con él y le tumbé la granada de la mano que me cayó en los pies, me agaché la recogí y la lance para el patio y explotó, pero no nos hirió a ninguno de los dos. De nuevo la ametralladora comenzó a disparar y las balas daban en las paredes, rebotaban y era posible que nos hirieran de rebote, eran unas ráfagas tremendas, tuvimos que esperar nuevamente que cesara el fuego y le dije a Adolfito: <¡Déjame a mi!> y cuando paró y dejó de tirar por un momentico, me asomé a la puerta y le lancé la granada con tan buena suerte que explotó donde mismo estaba la ametralladora, digo con tan buena suerte porque era la primera granada que yo lanzaba en mi vida y no la lancé como se tiran las granadas en forma parabólica sino sencillamente la pichiée para allá, se volcó la ametralladora y se veía una de las piernas de los soldados que la servían tirado en el suelo, no era el momento de ir a averiguar si estaba muerto o herido, el problema es que teníamos que cumplir nuestra misión y quedó neutralizada esa ametralladora y así transcurrió el combate”…. Los asaltantes irrumpieron como un torrente que desborda un dique a la segunda planta, subiendo por la escalera que daba acceso a la misma. En el segundo piso avanzaron divididos en dos grupos. Hacia el ala izquierda se dirigieron Carlos Gutiérrez Menoyo, Pepe Wangüemert, Luís Almeida, Pepe Castellanos y Luís Goicochea, quienes habiendo tomado por un estrecho pasillo se dirigían en dirección a la esquina sudeste del Palacio. Estaban perdidos, el plano de que disponían no coincidía con la realidad, una puerta no señalada les interrumpía el paso de acceso a la oficina de Batista, dispararon contra la cerradura, la abrieron de un puntapié, era la cocina y a su lado estaba el espacioso comedor del Tirano, donde tres sirvientes temblaban en un rincón, muertos de miedo, con los brazos en alto. Sobre la mesa dos tasas de café acabadas de usar delataban la presencia de Batista en el lugar hacía pocos momentos. El primer impulso de Goicochea fue liquidar a los sirvientes, estaba muy excitado y los encañonó, pero Carlos al percatarse de lo que sucedía le gritó: < No le tires>. Los sirvientes en su respuesta corroboraban lo que ellos supusieron al entrar al comedor: < Hace un rato nada más que el General Batista terminó de almorzar>, respondieron. Cachearon a los sirvientes, Goicochea se subió a la mesa del comedor y se ubicó junto a la ventana y miró hacia la calle Colón, que le quedaba justo debajo de su mirada. El combate continuaba ensordecedor en la entrada del Palacio, los soldados de la guarnición desde la azotea arrasaban a los que aun no habían podido penetrar a las instalaciones. La Operación de Apoyo no había entrado en acción.

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